Es la segunda vez que me pasa, esto de soñar o que, de un momento a otro, me llegue como un rayo de luz, una revelación, una certeza sobre el futuro político de Chile. Aunque más que un rayo de luz, puede ser que sólo haya recordado el sueño.
1986: “El Año Decisivo”
La primera vez fue en febrero de 1986, el que las fuerzas izquierdistas habían definido como “El Año Decisivo”: algo así como un “Ahora o Nunca”.
Las protestas masivas contra Pinochet habían empezado el 11 de mayo de 1983, con un saldo brutal de baleados, detenidos, torturados y asesinados. El 84 las protestas crecieron. Ese año se convocaron un par de protestas que duraron dos días: El 4 y 5 de septiembre (con 10 opositores asesinados) y el 29 y 30 de octubre. Y el 85 siguieron, entre otras con una convocada para dos días por una oposición que trataba de unirse con lemas como “Todos juntos” y “Todos juntos, y al mismo tiempo”. Más allá de su masividad, de una represión criminal, me quedó claro que no se iba a derrotar a la Dictadura por esa vía.
El Movimiento Social mostraba desgaste, y junto a él habían surgido dos nuevos movimientos que buscaban derrotar a la dictadura por la vía armada: el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (por primera vez en la historia, el PC chileno apoyaba una opción de estas características) y el Mapu Lautaro (promovido por Enrique Correa y Oscar Guillermo Garretón, entre otros).
Por otro lado, omnipresente, estaba la Dictadura, sustentada por las Fuerzas Armadas, los “Chicago Boys”, los partidos de derecha (salvo grupos muy pequeños), la CNI y los servicios de inteligencia de distintas ramas de las FFAA. El régimen contaba con el apoyo de gran parte del empresariado, de la clase alta, de la mayoría de los medios de comunicación, incluidos todos los canales de televisión y los principales diarios del país. Y un apoyo popular no despreciable (no olvidemos que en el plebiscito de 1988 obtuvo un 42% de los votos).
A lo anterior debemos agregar que, el 25 de agosto de 1985, se firmó el “Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia” entre el gobierno dictatorial y la Alianza por la Democracia. Se opuso al acuerdo el Movimiento Democrático Popular y, en especial, dentro de él, el Partido Comunista.
Este acuerdo dejaba el protagonismo a la Dictadura y fijaba reglas adversas para la oposición (pero permitía entrar en el “juego” a los partidos “tolerados” por el régimen). Frente a esta situación, donde el Movimiento Social –el Pueblo- quedaba relegado a segundo plano, partidos y grupos de izquierda definieron el 86 como “El Año Decisivo” para derrotar a la Dictadura encabezada por el general Pinochet.
Fue en ese contexto cuando, en febrero de 1986, tuve la certeza que, ante la inminente “derrota” del “Pueblo” -que sería incapaz de vencer en la calle al tirano-, realizarían un atentado a Pinochet, un tiranicidio. Y que lo haría el FPMR, el único con capacidad de llevar a cabo una operación de esa envergadura (el MIR era insignificante en términos militares y el MAPU Lautaro era desorganizado).
El domingo 7 de septiembre de 1986, en el Cajón del Maipo, el FPMR hizo el fallido atentado a Pinochet, quien luego declararía “estamos en una guerra”, frase que, en distintas versiones, venía repitiendo desde el 11 de septiembre de 1973.
2020, “El Año Decisivo 2.0”
Hace unos días, me pasó de nuevo. Tuve un sueño, o tal vez fue un rayo de luz. Me bajó la certeza de que, ante las grandes y masivas movilizaciones, los cambios serán pocos o muy lentos, al menos para las expectativas, rabias y frustraciones de buena parte de los chilenos. Que estos simplemente no afectarán –al menos de manera significativa- a los grandes poderosos y “dueños del país”.
(Puede ser una ilusión, un engaño, una falsa asociación de frases -“estamos en guerra”-, parecidas pero distintas, que despertó en mí fantasmas y miedos).
Cuatro millones de personas movilizadas, cientos de miles saliendo a las calles durante meses, decenas de muertos, cientos de ojos perdidos, miles de saqueos de supermercados, farmacias, locales comerciales e instituciones no se pueden diluir así como así. Después de tanta energía desplegada, de tanta pasión y éxtasis, después de tanta esperanza… al menos se necesita un final, una derrota acorde.
Una Nueva Constitución es algo que tiene efectos a mediano plazo, no restituye “a tiempo” la dignidad pisoteada. No basta con una Nueva Constitución (que, lo más probable, deje contentos a pocos). Los que han estado en las “primeras líneas” en Santiago, Concepción, Valparaíso, Antofagasta, etc, requerirán de un acto simbólico, algo que quede en el corazón y en la memoria como un fuego de la lucha, de lo que pudo ser y no fue.
Los que han optado por una lucha radical, violenta, no podrán retornar “así como así” a vías institucionales -incluida una Asamblea Constituyente- luego de tanta adrenalina, emoción, riesgo, vértigo… después de vivir al filo, el ahora a “concho”, no queda sino un “final con todo”.
Las dudas son, a diferencia de “El Año Decisivo” de 1986, a quién se debe atacar y quiénes pueden hacerlo.
El 86 el “blanco” era claro, porque Chile tenía un dictador, un criminal que se ufanaba afirmando que “en este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa” (pero negaba los asesinatos, las torturas, los desaparecidos). Hoy, el mal, el símbolo del mal, es difuso, es inasible, es un vacío porque es el sistema, es la forma de vida en la que estamos insertos la mayoría (y del que muchos de los que no lo están, anhelan ser parte), son los abusos practicados desde los que tienen casi todo el poder hasta los que apenas pueden usar de él.
¿Qué o quién sintetiza hoy el “mal”? Por más que algunos lo afirmen, no tenemos un dictador. En la diversidad de medios de comunicación, y con las redes sociales, tampoco pareciera evidente que uno o varios de ellos monopolizen el mal (No son tiempos del efecto que tuvo “El Mercurio miente”). Muchas de las grandes empresas, algunas condenadas por colusión, ya han sido atacadas, saqueadas y quemadas, como son, por ejemplo, cadenas de farmacias y supermercados.
Los partidos políticos, los parlamentarios, son un “mal” extendido y difuso, son como la Hidra, con muchas cabezas. La Iglesia, por otro lado, está caída, de rodillas. Hoy parece irrelevante.
En este contexto, el foco podrían ser las grandes “familias”, que han logrado mantenerse al margen. Pero son muchas, sin una cabeza visible (para muchos de ellos, el “negocio” es no ser visibles). Son un mundo lejano, poco conocido para “las masas”…
También está Carabineros, la “carne de cañón”, los “esbirros” del sistema, del poder, unos pobres “desclasados, traidores” (“Pobres que no estudiaron atacando a pobres que quieren estudiar”). Son los que han logrado –hasta ahora- cristalizar en ellos el sentido de abuso de poder, de represión desmedida e irracional. En particular las “Fuerza Especiales”. Son, en definitiva, el blanco visible, más a mano, para un acto que permita cerrar este periodo de enfrentamiento callejero. Un acto mayor que permita pasar a poner en escena un buen “Gatopardo” (Giuseppe Tomasi di Lampedusa), como lo fue con el atentado a Pinochet que “despejó” el camino del Plebiscito de 1988 y el paso de la dictadura a la democracia. Un camino que no afectó al sistema económico, ni a los poderosos, a los que se enriquecieron con la dictadura y a costas del país, y continuaron haciéndolo.
Las Fuerzas Especiales serían víctimas “irrelevantes” para las élites que permitirían buenos golpes autoritarios para volver todo al orden. Un “blanco” ideal para justificar una acción de “justicia popular” que sabrán que sólo podrá ser un símbolo, una acción para sumar héroes y mártires, sin dañar en nada a la “bestia”.
Tuve un sueño, y no es bueno, porque es resultado de ver un país que no escucha, que no quiere escuchar. Un país que está jugando con las rabias, las frustraciones, las expectativas, con un gobierno y muchos otros pensando que TODO se soluciona a través de un “Estado Subsidiaro”, con bonos o con dinero. La falta de empatía incita a actos poco empáticos, incluso a algunos disociados. Esto puede ser una olla a presión que, a pesar de tanta energía disipada, puede volver a calentarse…
Resulta difícil imaginar salidas sabias, que busquen reconciliación, equidad, justicia, amor…, eso iría contra nuestra historia, nuestra cultura, sería un cambio insólito y esperanzador, casi cristiano… En este contexto gris, el movimiento feminista, tan activo, participativo, creativo, luchando en la calle pero en otra lógica, tal vez logre abrir caminos diferentes.
Tuve un sueño. Soñé que el 2020 es “El Año Decisivo”. Espero que no sea una pesadilla, que no sea premonición sino conjuro.
Fuente: BioBioChile.cl