Las manos son una forma de acercarse a la información por medio del tacto. Bien lo sabe la comunidad sorda que ve en ellas un canal de comunicación, el que acompañado de estrictos parámetros y de una serie de elementos identitarios, dan origen a la “Cultura Sorda”.
Las personas privadas de audición tienen una lengua propia, y por cierto, una cultura propia. Comunicarse por medio de señas no es traducir a gestos el castellano. Más bien, es interpretar un contenido oral o escrito y darle un sentido y un contexto en el marco de esta cultura, de manera que las personas sordas puedan tener acceso adecuado y oportuno a la información.
Incluso cuando hoy cada vez son menos los casos de personas sordas a quienes se les amarran las manos para evitar que se expresen a través de ellas, y que la lengua de señas se haya masificado gracias a su visualización en grandes eventos masivos, sin lugar a dudas, la sociedad civil y el Estado de Chile tienen una gran deuda con este grupo.
¿Por qué? Hasta hoy, las personas sordas se enfrentan a serias barreras para acceder a la información y participar en igualdad de oportunidades. Tanto es así, que la mayoría de los medios de comunicación han sido mezquinos, sobre todo, cuando deben dar a conocer noticias de alto impacto o de interés público. Esto, porque en reiteradas oportunidades lo hacen sin intérprete de lengua de señas, violando, incluso, la normativa vigente.
En los edificios de uso público como centros de salud, bancos, tiendas de retail, municipios y otras reparticiones públicas, las personas sordas no pueden realizar sus trámites en igualdad de oportunidades y con plena autonomía, porque dichos lugares no cuentan con intérpretes de lengua de señas, viéndose privadas de adquirir a bienes, servicios y beneficios.
En lo que respecta a la educación, aún muchos niños y jóvenes sordos se encuentran en escuelas especiales, no por falta de competencias curriculares, sino más bien porque en la educación regular no existen las condiciones para que puedan acceder, participar y aprender en igualdad de oportunidades. Así mismo, en la educación superior, cada persona con este tipo de discapacidad que llega a tal nivel educacional, debe financiar de su bolsillo o bien concursar para contar con un intérprete de lengua de señas, lo que se suma a los gastos propios de matrícula, arancel, alimentación y otros, que muchas veces no pueden ser cubiertos en su totalidad, por la escasa oportunidad de generar recursos lo cual responde a una baja participación laboral.
¿Se está avanzando de alguna manera en subsanar lo anterior? El 1 de abril pasado, el actual proyecto de Ley que justamente perfecciona la legislación en torno a la lengua de señas quedó en condiciones de pasar a discusión a la Sala de la Cámara de Diputados.
La iniciativa reconoce la lengua de señas y la cultura de las personas sordas, y en ese sentido, no cabe duda que el proyecto otorga mayores garantías para la eliminación de las múltiples formas de exclusión que afectan a dichas personas, pero deja aún algunos asuntos desatendidos.
¿Cómo cuáles? La eliminación de las barreras antojadizas que imponen las direcciones de tránsito de los distintos municipios para que las personas sordas puedan rendir exámenes de conducir y obtener su respectiva licencia. Lo anterior, incluso cuando no existe ningún impedimento en la norma respectiva que avale este acto discriminatorio y arbitrario.
Es imperante que la lengua de señas sea ampliamente difundida y promovida, desde las bases de la educación, de manera de desarraigar completamente las barreras comunicacionales que acentúan las formas de discriminación y de exclusión.
Al concluir estas líneas, quiero felicitar la iniciativa de Televisión Nacional de Chile, por su producción del área dramática que, en forma inédita, está incorporando la interpretación en lengua de señas. Claramente, esta iniciativa abre un camino para la accesibilidad a contenido de televisión que tanta falta hace.
Matías Poblete, presidente de la Fundación Chilena para la Discapacidad.