Una superbacteria mortal puso en jaque la vida de Tom Patterson. Sin embargo, el infinito amor y perseverancia de su esposa, especialista en ciencias, lograron salvar su vida… y, potencialmente, la de millones de personas alrededor del mundo. Ésta es su historia.
En ese país el hombre comenzó a desarrollar una enfermedad tan grave que todos apostaron que moriría. Sin embargo, la insistencia de su esposa por encontrar una cura lo tienen hoy con vida y con una tremenda misión científica por delante.
La historia de cómo enfermó y su lucha por la recuperación estremecieron a millones de investigadores alrededor del mundo, quienes siguen estudiando su caso con mucha detención.
Y es que, gracias al caso del estadounidense, decenas de personas alrededor del mundo (y millones por venir) han encontrado la cura a sus propios padecimientos, muchos de ellos mortales.
Ésta es la impactante historia de Tom Patterson, el hombre que sobrevivió a “la peor infección del planeta”.
Unidos por la ciencia y los viajes
Tom y Steff, ambos científicos de la Universidad de California en San Diego (EE.UU.), se conocieron años atrás gracias a sus trabajos de investigación de tratamientos contra el sida.
El hombre comenzó con vómitos, por lo que su pareja asumió en un principio que se trataba de una intoxicación alimentaria. Tomó “Cipro”, un antibiótico que solían llevar en sus viajes, pero esta vez no funcionó.
Luego vendrían dolores de espalda y un malestar más agudo, que le impedían seguir su vida con normalidad. Los doctores le hicieron exámenes y descubrieron que no se trataba de una intoxicación sino que tenía un absceso gigante en su intestino conocido como seudoquiste, el cual había crecido hasta alcanzar el tamaño de una pelota de fútbol.
Afortunadamente, la pareja había tomado un seguro médico por 35 dólares antes de iniciar el viaje, lo que le permitió a Tom ser trasladado en avión hasta Frankfurt, en Alemania, donde los médicos hallaron que la causa del problema era una piedra expulsada de su vesícula que se había atascado en su conducto biliar. Al interior del quiste yacía un líquido marrón oscuro.
Mientras averiguaban de qué se trataba, el hombre cayó en coma.
Acinetobacter baumannii
Tom fue puesto en aislamiento, sus hijos volaron a verlo pensando que moriría y los médicos le visitaban en batas. Todos pensaron que no sería capaz de sobrevivir a esta infección.
La situación alarmó profundamente a Steffanie, quien conocía a los Acinetobacter por sus estudios en microbiología. “Estaba muy asustada porque es un organismo que solía usar en el laboratorio en los años 80 y entonces era considerado un patógeno muy débil. Solo necesitábamos guantes y una bata de laboratorio, no hacía falta un equipo especial. (Pero) en las dos últimas décadas se ha convertido en un cleptómano bacteriano. Aprendió a robar genes de resistencia a los antibióticos de otras bacterias y adquirió capacidades de superpotencia que lo convirtieron en un patógeno muy mortal“.
Sin ir más lejos, en 2017 fue catalogado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una de las tres superbacterias para la que se necesitan antibióticos con mayor urgencia, dada su resistencia a los tratamientos.
Por suerte, algunos antibióticos funcionaron para Tom y el equipo médico de Frankfurt pudo estabilizarlo.
La decisión más difícil
Aprovechando que se encontraba estable, Tom fue trasladado a su natal Estados Unidos y allí los doctores optaron por extraer el líquido infectado de su cuerpo, pero operarle era muy arriesgado ya que podía causarle un shock séptico.
Para evitar esta situación introdujeron cinco drenajes en su abdomen, no obstante, un día antes de transferirle a un centro de atención para casos agudos a largo plazo, uno de los drenajes se deslizó mientras trataba de sentarse en su cama y vertió toda la infección en su torrente sanguíneo.
El científico entró en el temido shock séptico -entraría y saldría un total de siete veces durante los 9 meses en que estuvo hospitalizado-. Fue trasladado a cuidados intensivos y le pusieron un ventilador para respirar.
“A partir de ese momento, la bacteria colonizó todo su cuerpo, estaba en su sangre, no solo su abdomen. Él iba desapareciendo día tras día”, declaró Steffanie en conversación con el medio BBC.
Luego, vino su declive: pasó de ser un hombre de 1.95 cm y de 135 kilos, a perder mucho peso y estar irreconocible. “Podía colocar mi puño en el hueco de su pómulo y dos nudillos en las órbitas de sus ojos. Era horrible”, declaró su esposa.
En ese momento, el hombre no sabía qué pasaba con él. “Estaba alucinando unas elaboradas teorías que eran casi bíblicas. Cosas como que había estado 100 años caminando por el desierto y tratando de responder a tres preguntas planteadas por santos. Eso me sucedió durante días”, comentó.
Sin solución aparente
Los médicos no veían una solución. “¿Ya le avisó alguien a Steff de que su marido se va a morir?”, dijeron. Una frase que dio más fuerza que nunca a la mujer para luchar por su marido. Había escuchado en una revista médica que a veces la gente en coma puede escuchar, lo que aprovechó para preguntarle a Tom si quería seguir viviendo.
“Pensé que no podía asumir toda la responsabilidad y mantenerlo con vida si él ya no quería, necesitaba preguntarle. Así que sostuve su mano con mi guante azul y le dije: ‘Cariño, si quieres vivir, tienes que dar todo lo que puedas de ti mismo, los médicos ya no tienen más. Todos esos antibióticos no sirven para nada. Así que si quieres vivir, por favor aprieta mi mano y moveré cielo y tierra para conseguirlo”.
Al cabo unos minutos, Tom apretó su mano. Lo que él recuerda, dentro de sus alucinaciones, es que en ese momento creyó que Steff era una serpiente, pero logró darle la señal que ella necesitaba en el momento preciso.
“Alcé el puño en el aire y dije: ‘¡Esto es maravilloso!’ Y después me di cuenta: ‘¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer ahora? No soy médico, no sé qué hacer‘”, declaró la mujer.
Fue en ese momento que la científica supo que tenía que trabajar a toda máquina para encontrar una solución.
La salvación
Steffanie comenzó su cruzada consultando la web de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos. “Escribí ‘resistencia a múltiples fármacos’, ‘Acinetobacter baumannii’ y ‘tratamientos alternativos’, y apareció un artículo sobre algo llamado terapia de fagos en el título y pensé: ‘Bacteriófagos… Recuerdo lo que son””, dijo.
En efecto, los fagos son virus que evolucionan de manera natural para atacar bacterias, algo que la mujer había estudiado durante un tiempo.
Estos fagos son diminutos, 100 veces más pequeños que las bacterias, y están por todas partes: en el agua, en la tierra y en nuestra piel. Se calcula que 30.000 millones entran y salen de nuestros cuerpos cada día, declaró Steffanie.
Si bien eran prometedoras, las investigaciones con fagos como posible cura contra las infecciones bacterianas se vieron interrumpidas luego del descubrimiento de un impresionante medicamento en 1928: la penicilina.
No obstante, con lo sucedido con Tom cobrarían una relevancia nunca antes vista.
Cóctel de virus
El siguiente paso de la científica fue ponerse en contacto con la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU., la cual había aprobado un tratamiento experimental de este tipo por razones humanitarias.
Para que el tratamiento funcionara, Steffanie debía encontrar fagos que coincidieran con el tipo particular de bacteria Acinetobacter con la que su marido estaba infectado. Considerando los billones de fagos que hay en el mundo, la tarea parecía imposible.
Con ayuda del doctor Ry Young, de la Universidad de Texas, contactaron a expertos en fagos de todo el planeta para que le enviaran sus muestras y así probarlos contra la bacteria del estadounidense.
“Era aterrador porque pensé: ‘Bueno, va a a morir de todos modos si no hacemos esto… pero si esto le mata, pesará en mi conciencia el resto de mi vida””, recordó Steff.
En una acción que fue una verdadera innovación, el equipo inyectó el primer cóctel de fagos en el abdomen de Tom, el más cercano a la infección. Cuando estuvo más estable, le dieron un segundo en su torrente sanguíneo.
Tres días después, Tom despertó del coma. “Mi hija estaba de pie, a mi lado, tomé su mano y la besé. No podía hablar en ese momento y estaba muy cansado. Me volví a dormir”, rememoró el hombre.
Recuperación
Pese a que luego del inicio de la terapia enfrentó un nuevo shock séptico, del cual se recuperó, ahora el científico lleva un 75% del camino recorrido en lo relacionado a su recuperación.
Tuvo que volver a aprender a tragar, a caminar, a ponerse de pie. De hecho, dejó el hospital en silla de ruedas porque sus músculos no le respondían.
Uno de los puntos fuertes de su tratamiento fue el cariño y preocupación recibidas por su familia y cercanos. “Podía escuchar a la gente hablando, me leían y cantaban, y me tomaban de la mano, y un toque era como una descarga eléctrica, mucha energía viniendo hacia ti”, dijo.
Si bien Tom fue la primera persona en América del Norte en recibir terapia de fagos por vía intravenosa para tratar una infección sistemática con superbacterias, su historia ha permitido que otros encuentren la sanación que necesitan.
“Estaba abrumada. Pero intenté tener el mismo tipo de respuesta que recibí para Tom. Salvamos a algunas personas, no solo sus vidas sino sus extremidades”. Y uno de los casos más milagrosos fue el de Isabelle Carnell-Holdaway, una adolescente inglesa con fibrosis quística que desarrolló una infección resistente a los antibióticos tras un trasplante de pulmón.
La joven logró recuperarse gracias a una terapia de fagos desarrollada por un equipo liderado por el doctor Chip Schooley, uno de los médicos responsables del tratamiento de Tom.
Steffanie y Tom en la actualidad
La pareja, que contó su historia en el libro The Perfect Predator (“El depredador perfecto”) -que tiene planes de convertirse en un documental y película hollywoodense-, abrió el Centro para la Terapia de Fagos Innovadora y Terapéutica de la Universidad de California, la primera institución dedicada a este tipo de tratamientos.
Como parte de su misión, el matrimonio busca concienciar sobre la urgencia de encontrar una solución a la resistencia a los antibióticos ya que, a menos de que se haga algo, una persona morirá de una infección por superbacterias cada tres segundos hacia 2050, según proyectó Steffanie.
“Como epidemióloga de enfermedades infecciosas, tener a mi esposo muriendo por una superbacteria era muy impactante. Era como una broma cruel de Dios. Una parte de mí era la científica que trataba de analizar las cosas y de tomar el control; la otra parte era la esposa tratando de tomar la mano de su esposo y hacer frente a una situación desesperada”, explicó la mujer.
Pese a lo duro, fue una situación en extremo reveladora. “Para ser honesta, me avergonzó haber estado tan ciega ante esta amenaza global, la crisis de las superbacterias, que me había invadido”, concluyó la mujer.
Sin embargo, el infinito amor y perseverancia de Steff lograron salvar la vida de su marido… y, potencialmente, la de millones de personas alrededor del mundo, quienes verán en la terapia de fagos una solución antes impensada a sus enfermedades.
Fuente: BioBioChile