Cerca de su cumpleaños número 21, tomar un vuelo a Argentina no tenía nada que ver con celebrar un año más de vida.
La joven, de contextura delgada, alta, de tez morena y de semblante decidido, consiguió 5.000 reales (689,091.00 pesos chilenos). Era para costear el viaje y su estadía en Buenos Aires, donde se realizaría el procedimiento de interrupción de embarazo.
La suma la pidió a su familia en calidad de préstamo. Ni una palabra de cómo la usaría. Solo hizo su maleta y emprendió la travesía.
Se trataba, además, de su primer viaje en avión. Habló de lo que esperaba de la vida, y de lo que no, con medios como Associated Press y la televisión alemana DW, que captó cada paso que dio en el aeropuerto de Sao Paulo. No quiso revelar más detalles de la localidad en la que vive. Dice que el estigma contra las que se practican un aborto, es fuerte en su país.
“Tener un hijo que no deseo y sin condiciones para criarlo, y ser obligada, sería una tortura”, aseveró Sara, antes de abordar su vuelo en clase económica en diciembre pasado. El 30 de ese mes, miles de argentinas celebraban la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo hasta las 14 semanas. Ya no sería únicamente por violación o riesgo de vida para la madre.
Enterada de los pormenores, Sara no era la única viajera de Sao Paulo, con destino a Argentina. Otra mujer, de 25 años, quien prefirió el anonimato, aseguró que estaba esperando el momento preciso para interrumpir su embarazo. Su connacional hablaba, sin saberlo, por las dos.
“Así que, cuando encontré este método legal, fue de gran alivio. Lo que me ha ayudado desde que descubrí que estaba embarazada es que tengo una oportunidad. Todavía tengo una alternativa. Eso me hace sentir más segura”, reconoció Sara.
Un aborto sin ser encarcelada
Las autoridades argentinas y organizaciones que velan por los derechos de las mujeres, están conscientes de lo que se ha convertido esta herramienta legal no solo para las oriundas de esa nación sudamericana.
Otras, de escasos recursos económicos, están llegando de varias zonas de Sudamérica, con el objetivo de interrumpir su embarazo no deseado, sin ser encarceladas. Eso es lo que precisamente evitó Sara.
“Con los cambios en la legislación en Latinoamérica, las mujeres no necesitan ir a los Estados Unidos, no necesitan una visa para abortar. Mas mujeres de clase media y trabajadora conectadas a grupos feministas tienen ahora acceso a algo que ha sido básicamente la historia de las mujeres ricas durante mucho tiempo”, declaró Debora Diniz, investigadora de estudios latinoamericanos en la Universidad Brown, citada por Infobae.
Si en territorio brasileño una mujer da su consentimiento para que se le practique un aborto inducido, ostenta una pena de entre 1 y tres años de prisión. El castigo se duplica para quienes ejecuten la acción, sobre todo si ponen en riesgo la vida de la madre.
El código penal brasileño permite la interrupción del embarazo únicamente en caso de violación. Pero el año pasado, en Recife (Estado de Pernambuco), el aborto practicado a una niña de 10 años, que era violada por su tío desde los 6, desató una polémica que involucró a médicos, gobierno y poder judicial, ya que este último tuvo que intervenir para que la menor fuera sometida al procedimiento, pese a los objetores de conciencia en el tema, según publicó en agosto pasado la BBC.
El presidente Jair Bolsonaro, y sus funcionarios de salud locales, dieron la batalla desde la trinchera religiosa. Sin embargo, en un territorio con un nombre que se prestaba al propósito del mandatario, el otro poder de estado (el judicial) decidió en favor de la infante que no deseaba ser madre.
“La voluntad de la niña es soberana”, dictaminó el juez Antonio Moreira Fernandes, desde el Tribunal de Justicia del estado de Espíritu Santo, donde semanas antes un grupo de médicos se negó a intervenirla.
De regreso a Brasil, sin el embarazo
Enterada de la realidad que impera en su país, Sara volvió la vista a Argentina. Una vez que se practicó el aborto, habló con medios locales.
Sin embargo, el procedimiento se lo realizó el 14 de diciembre, antes de la fecha histórica y de repercusión mundial.
Se acogió a un protocolo de “Riesgo de la salud”, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ampara a la mujer basándose en una definición clara: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, aunque algunos médicos advertían que la aplicación de dicho protocolo era discrecional.
De esa forma, la joven tuvo el procedimiento dos semanas antes de la aprobación en el Senado y poco tiempo después emprendía el regreso a Sao Paulo.
La otra mujer que viajo en el mismo periodo que Sara, habló brevemente, tras la interrupción de su embarazo.
Nacida en una favela de Río de Janeiro y criada en un hogar cristiano evangélico, dijo sentirse aliviada de no continuar con la gestación. Ya no entraría en conflicto con las leyes brasileñas ni con la religión local: “Nadie podría acusarme de cometer un delito”.
Sara, en tanto, mostraba un semblante similar y hasta se mostró dispuesta a contarle todo a su familia al arribar a Sao Paulo.
“Conozco a mujeres que tuvieron la necesidad de realizarse abortos clandestinos. En Brasil —y en todas partes— hay mujeres que necesitan este apoyo”, reconoció.
Millas Para la Vida de las Mujeres, una organización feminista brasileña, recauda fondos para que más mujeres puedan viajar a territorio argentino, donde entre noviembre y diciembre pasado, envió a unas 16 personas en total que buscaban abortar de forma legal.
En el transcurso de enero viajará otro número similar y ya han recibido cientos de solicitudes para obtener un cupo de travesía hacia un quirófano argentino para interrumpir un embarazo no deseado, según consigna Infobae.