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Así está hoy Elena, la única hermana viva del papa Francisco: por qué no volvió a verlo desde 2013

Por su salud, la mujer reside hoy en un hogar bajo el cuidado de monjas en Buenos Aires. Cómo se enteró de la muerte y las razones detrás un reencuentro que los hermanos saldarán en el otro plano.

Doce años. La brecha de edad entre el hijo mayor y la hija menor del matrimonio entre Mario José Bergoglio y María Regina Sívori era tan amplia que nunca llegaron a jugar juntos. Pero a Jorge Mario y María Elena los unía la misma sensibilidad. Incluso, a pesar de la distancia geográfica que les impidió despedirse y los obligó a dejar pendiente su abrazo en el otro plano, ese “tesoro escondido” del que tanto habló el Papa y donde tendrá su encuentro postergado.

María Elena Bergoglio (76), o “Mariela”, como la llaman cariñosamente sus allegados, es la única hermana viva de Francisco, el líder del Vaticano, fallecido el pasado 21 de abril. La mujer reside aún en el oeste del Gran Buenos Aires en una residencia de monjas, quienes la cuidan por su delicado estado de salud.

Ama -o jefa- de casa de toda la vida, Elena es la madre de dos hijos, Jorge y José. Pese a los compromisos eclesiásticos, siempre tuvo una relación cercana con su hermano mayor, ese que fue el primer papa americano de la historia. Se hablaban cada semana, intercambiaban cartas y compartían almuerzos familiares. A Jorge Mario le encantaba cocinar risottos de hongos y calamares rellenos hasta que, en marzo de 2013, su rutina anclada como arzobispo de Buenos Aires cambió para siempre.

No era la primera vez que amagó con no verlo más. Jorge Mario le había revelado a su hermana Elena un episodio poco conocido que vivió en el cónclave de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II. Fue una anécdota que dejó entrever no sólo la dimensión espiritual del argentino, sino también su profunda humildad y sentido de la responsabilidad eclesiástica.

Durante una de las votaciones, Bergoglio reunió cerca de 40 votos, una cifra significativa que lo posicionaba como uno de los candidatos con más apoyo dentro del Colegio Cardenalicio. Sin embargo, la elección se encontraba trabada y los votos se dispersaban sin alcanzar una mayoría definitiva. Entonces, en un gesto que Elena y muy pocos guardan, fue él mismo quien pidió que dejaran de votarlo y les dijo a los cardenales que redirigieran su apoyo al cardenal alemán Joseph Ratzinger.

Bergoglio creyó en ese momento que su posibilidad de ser Papa ya había pasado. Tenía 76 años y comenzaba a contemplar la idea del retiro, alejado de la “rosca” vaticana. Lo que no sabía es que Dios tenía otros planes para él.

Elena, hermana de Papa Francisco
EFE

Jorge y Elena: un “hasta luego” que se transformó en “hasta siempre”

Ocho años más tarde, el 13 de marzo de 2013, Elena lavaba los platos en su casa de ladrillos a la vista y techo de tejas en la localidad bonaerense de Ituzaingó. En cuanto escuchó por la televisión ”Jorge Mario”, se bloqueó por completo. Pasó lo que creía imposible. Por deseo y por razón. Aquella vez lloró desconsoladamente porque no quería que su hermano fuera el sucesor de Benedicto XVI. Le aterraba que tomara decisiones en soledad y con una larga distancia a quienes siempre les pidió que rezaran por él.

Los miedos hacia el rol de Jorge Mario, el nuevo enviado de Dios en la Tierra, se evaporaron cuando a la mujer le sonó el teléfono todo el día como nunca antes. Era la gente, conocida y ajena, queriendo saber de ese mito naciente que estaba por liderar el rebaño más populoso y ser el sostén espiritual de miles de millones.

“Lo primero que pensé fue que las cosas ya no iban a ser como antes. Y me parece que no me equivoqué. Mi vida realmente cambió”, dijo Elena a la revista ¡Hola! en marzo de 2013, uno de los pocos testimonios que brindó a la prensa.

Elena fue profética y anticipó lo que sería el papado de Francisco: “Siento que va a llegar a producir cambios en la Iglesia. No sólo porque es un hombre íntegro, de carácter firme y convicciones admirables, sino porque va a contar con el apoyo de todos nosotros a través de la oración. Desde que tengo memoria, lo escucho a Jorge pidiéndonos que recemos por él. Así hizo su camino”.

Tras el “Habemus Papam”, un amigo de la familia la acompañó a renovar su pasaporte. No estaba en sus planes inmediatos viajar a Roma, pero esperaba hacerlo. Quería saludar a su hermano mayor, con quien apenas habló por teléfono en medio del revuelo global en la Santa Sede, y visitar la región de Piamonte, la raíz italiana de sus padres. Jamás se concretó.

El argentino que nunca volvió a su país

Durante los 12 años de pontificado, el Papa nunca regresó a la Argentina. Lo más cerca que estuvo fue en Chile, allá por enero de 2018 cuando visitó Santiago, Temuco e Iquique.

La coyuntura política alejó a Francisco, donde los políticos de turno buscaban sacar rédito: atravesó las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner hasta 2015, la de Mauricio Macri (2015-2019), Alberto Fernández (2019-2023) y, recientemente, la de Javier Milei, quien lo llegó a definir como “el representante del maligno en la Tierra”, pero después tuvo que disculparse.

A lo largo de todos esos años, el reencuentro de Jorge Mario con su hermana menor fue una posibilidad que se mencionó, que se soñó, pero que siempre quedó postergada. Además de la política, hizo mella la fragilidad de la salud. Hace tiempo que Elena se encuentra bajo el cuidado de religiosas en una institución ubicada en la zona oeste del Gran Buenos Aires, atravesando un delicado estado de salud.

Los médicos fueron contundentes: un viaje tan largo y el impacto emocional de ese encuentro eran un riesgo serio para el bienestar de la mujer.

En 2019, una conexión inesperada ayudó a sortear la ausencia física y acercar a los hermanos Bergoglio. El artista argentino Gustavo Massó, amigo del Papa, le entregó una escultura con la forma de una mano femenina y un mensaje grabado que conmovió profundamente a Francisco.

La escultura era de la mano de Elena, y el mensaje decía: “Mirá que me gustaría estar con vos y abrazarte. Creeme que estamos abrazados. A pesar de las distancias estamos muy abrazados”.

Según Massó, el Papa no pudo contener la emoción. Acarició esa escultura como si pudiera tocarla a ella, su hermana, su familia, su Argentina natal. La de la oración ecuménica para enfrentar los desafíos sociales y geopolíticos desde el Vaticano. Esa mano permaneció hasta el final sobre su escritorio.

Al igual que los 46 millones que habitan las tierras argentinas, Elena nunca vio a su hermano desde que lo despidió rumbo al cónclave de hace 12 años. Más allá de las conjeturas políticas, la decisión de Francisco fue también un precio emocional que se pagó puertas adentro. La distancia con su hermana menor simboliza la mayor renuncia personal que le implicó su pontificado.

Jorge Mario murió sin haber vuelto a Argentina. Pero, también, con una mano entre las suyas, una voz grabada que lo acompañó hasta el último de sus días y un vínculo de admiración eterno.

“Su gran corazón y la claridad que tiene para transmitir sus ideas. Esa es una cualidad que siempre admiré en Jorge: la simpleza con la que comparte su pensamiento. Mi hermano es una persona muy reflexiva que inevitablemente te obliga a pensar”, resumió Elena.

El lunes 21 de abril, José Ignacio, hijo de Elena y sobrino de Jorge, tuvo que ir al hogar para dar la noticia a su madre: “Dentro de la desgracia de perder un ser querido, pudimos contenerla y acompañarla”, expresó el hombre, quien vio a su madre “entera, abrazada a la resignación de saber que su hermano descansa en paz y no sufre”.

Fuente: BioBioChile

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