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“Lo sacrificamos entre los 3”: la confesión del Indio Loayza, el reo que decapitó a compañero de celda

“Con él éramos amigos”, dijo Diego sobre la relación con su compañero de celda al que —según sus propias palabras— decidió “sacrificar” en medio de una especie de ritual satánico al interior de una cárcel en Concepción. Hoy la familia de la víctima quiere justicia y, mediante la presentación de una querella criminal, buscan acelerar el proceso penal. En su delirante relato de los hechos, Diego asegura haber recibido ayuda del “Joker y el Diablo” para cometer el crimen, lo cierto es que aquella madrugada él y su víctima estaban completamente solos al interior de la habitación.

“Estaba en la pieza y de repente empezamos a bailar. Yo, el Joker, el Diablo y el Golo. Le vi cara de diablo (al Golo) y lo sacrificamos entre los tres”.

Esa es parte de la declaración que Diego Hernán Valdés San Martín, alias el Indio Loayza, entregó a los funcionarios de Gendarmería de Chile que lo interrogaron la sangrienta jornada del 9 de diciembre de 2024. Un par de horas antes, el reo había ejecutado el crimen de su compañero de celda en medio de una especie de “ritual satánico” o, más bien, de un brote psicótico. Físicamente, el “Golo” y Diego estaban completamente solos: ¿El Joker y el Diablo? Únicamente estaban en la mente del homicida.

No fue hasta las 09:13 horas de ese día que el crimen quedó en evidencia. Ocurrió cuando dos gendarmes —un cabo y un cabo segundo— abrieron la puerta de la celda número 21 del Complejo Penitenciario Bío Bío, en pleno proceso de desencierro matutino de la población penal.

De acuerdo con antecedentes a los que accedió BBCL Investiga, al interior de la pieza los funcionarios se encontraron con una macabra escena: Diego estaba sentado en su cama de concreto y mirando hacia la cama ubicada en el suelo, donde yacía el cadáver de su compañero de celda, Vincent Paolo Demian González Aguirre. Encima del occiso había una biblia abierta y, a un costado, la cabeza que había sido separada del resto del cuerpo. El cuadro lo completaban rayados en las paredes con los números “666” y varias estrellas de David.

Diego y Vincent tenían algunas cosas en común. Ambos eran oriundos de Arica y estaban en calidad de “rematados” en jerga procesal. Pese a haber sido sentenciados por hechos en el norte, por distintas razones los dos terminaron confinados en Concepción. El primero purgaba condenas que sumaban 16 años por homicidio y porte ilegal de armas, mientras el segundo cumplía un total de 15 años por los delitos de robo con intimidación y tráfico de drogas.

Hoy, transcurridos más de dos meses del episodio, la familia de la víctima busca con la presentación de una querella presionar para que el autor confeso del homicidio responda ante la justicia. Un peritaje psiquiátrico, donde se concluye que Valdés San Martín enfrentaba un cuadro “psicótico paranoide” el día de los hechos, ha frenado su formalización.

“Lo sacrificamos entre los tres”

Documentos internos del proceso tenidos a la vista por este medio permiten reconstruir, desde la perspectiva del victimario, qué pasó por su cabeza durante aquella siniestra madrugada en que decidió terminar con la vida de su compañero de celda, apodado el Guatón Golo.

En una primera declaración que prestó en dependencias de la guardia interna del recinto penal, firmada de puño y letra por él, Valdés San Martín dio luces de cuáles fueron las razones que lo motivaron a actuar así. De esta forma, hizo una escueta y delirante descripción de los hechos.

—Yo estaba en la pieza y de repente empezamos a bailar. Yo, el Joker, el Diablo y el Golo. Le vi cara de diablo y lo sacrificamos entre los tres (supuestamente junto al Joker y el Diablo). Le pegué una puñalada, lo ahorqué con una pita y de ahí le corté la cabeza con una lata, dejándola en la pieza. Eso no más recuerdo —rememoró antes de ser llevado a un calabozo.

Al día siguiente, después de haber sido trasladado hasta una pieza del Hospital Penal del CP Bío Bío, el interno —también apodado como “el Negro”— entregó un segundo relato. Esta vez a un psiquiatra de la Defensoría Penal Pública (DPP). Primero contextualizó por qué había sido llevado al módulo 42 donde terminó compartiendo celda con el que sería su víctima, asegurando que había agredido a varios internos.

—Del (módulo) 52 salí porque empecé a agredir a todos, porque estaban hablando de mí. Eso fue hace como 10 días… me pegaron puñaladas, pero de verdad estaban hablando de mí, querían matarme —recalcó.

A renglón seguido, explicó que también se había sentido objeto de una especie de persecución en el nuevo módulo.

—Ahora en el 42, hace como seis días, igual ahí todos hablan de mí. Se tocaban la cara, se agarraban los ojos, ponían las manos en las piernas… no sé qué me querían demostrar con todo eso. No sé… como que quieren decirme algo… si no me iban a… por eso al final me aíslo para evitar todo eso —acotó.

“Éramos amigos”

De ahí en más, su exposición frente al profesional se centró en entregar una descripción pormenorizada de los momentos previos y posteriores al ataque. Su trastocada percepción de lo ocurrido fue determinante en las conclusiones finales del especialista.

—Con él éramos amigos, nos conocemos de antes en Arica. Vivimos varias veces juntos en los penales. Al final (esa noche) hablamos del Joker, el bufón ese de la carta… que uno podía hacer pacto con el Diablo y temas así… estuvimos harto rato así —rememoró. Esto, pese a que conocedores de la víctima aseguran que si bien se conocían, no eran cercanos.

De hecho, la madre de Vincent manifestó en la querella que, unos días antes de morir, su hijo le había confesado que se sentía “incómodo” viviendo con el Negro”, por lo que pediría un cambio de celda.

Sea como sea, sobre el momento del ataque, Valdés San Martín declaró al perito que ocurrió justo cuando su compañero estaba armando su cama para dormir.

—Yo lo vi… lo vi al Joker en la muralla. Me dijo “mátalo” y yo pensé… también le tiene que haber dicho eso mismo a él. Así que dije es él o soy yo. Ahí con un cordón lo asfixié hasta que se murió. Ruido no hizo nada, no dijo nada… y le puse una puñalada en el corazón. Le cercené el cuello, es que era para poder hacer el pacto con el Diablo. Era hacer un sacrificio de sangre como los mayas, eso de entregar los cuerpos en un sacrificio —describió.

Y continuó:

—Tenía que invocar al Diablo para que no me fuera pasar nada a mí, así que ahí escribí el “666” en la muralla y como me había mandado a decir que lo matara yo hice eso. También hice la estrella de David, igual podía servir. ¿Qué qué hice con el cuerpo? Lo tiré en su cama, le corté la cabeza para botarla por la escalera igual que los mayas en la mañana y así me diera la bendición —manifestó.

¿El objetivo? Según explicó el propio Diego Valdés al psiquiatra en un tono que el profesional catalogó como “algo desafiante”, creía que de esa forma el resto de la población penal dejaría de hacerle gestos y se alejarían de él. Además, a su juicio, eso se traduciría en la posibilidad de recuperar su libertad.

—Yo estoy tranquilo en mi pieza ahora. Esa es la ganá’… (sic) tenerlo él de amigo, al Diablo, para que me saque todas estas personas que me miran —le dijo al psiquiatra nuevamente de forma “desafiante y amenazante”, según se lee en el documento.

Eso sí, justo después de eso y de forma espontánea el interno reconoció que su “pacto” con el Diablo no estaba surtiendo el efecto que esperaba.

—Igual tengo que seguir mirando el suelo, igual me miran y hablan de mí… Yo creo que no está funcionando el pacto —finalizó.

La mirada hacia el piso

En el informe de cinco páginas que el psiquiatra elaboró a petición de la Defensoría Penal Pública, al que accedió este medio, el facultativo describió al interno como un individuo “de contextura ectomorfa (delgado y con poco músculo), de tez morena y pelo rapado de crecimiento incipiente, de caminar algo encorvado”, asegurando que durante la entrevista estuvo “con la mirada hacia el piso gran parte del tiempo”.

Al principio, advirtió el psiquiatra, Diego estuvo desconfiado. Sin embargo, al poco rato accedió a conversar con él y se mostró “suspicaz, reticente y a ratos de relato más espontáneo, pero sin poder profundizar mucho en vivencias más profundas”.

En momentos, eso sí, evidenció lo que el especialista catalogó como “alteraciones sensoperceptivas” que lo llevaron a decir frases sin sentido al profesional.

—Me dice que va a funcionar, que esté tranquilo, que no hable mucho de él con ustedes. No quiere aparecer mucho, que son traidores, hipócritas, falsos, que no les reciba nada… que quieren regalarme ropa para puro reírse de mí —le dijo Diego a su entrevistador.

Con todo, respecto de su estado mental el médico afirmó en base a los antecedentes se podía concluir que “al momento de la evaluación se encuentra con un episodio psicótico paranoide que requiere hospitalización, estudio médico y tratamiento lo antes posible, además de observación, a fin de lograr una remisión del cuadro”.

Su vida y el otro brote

Asimismo, en el examen pericial el interno proporcionó detalles de su vida. Por ejemplo, Diego le contó al profesional que recordaba haber estudiado hasta octavo básico, aunque en realidad terminó el tercero medio.

Respecto a su vida laboral y, en específico, al ser consultado sobre si había trabajado, afirmó que nunca lo había hecho y que desde joven se dedicó a delinquir: “No, nada… robos de autos, mecha, asalto, cosas así”.

Sobre su familia, afirmó haberse criado sólo con su madre hasta los 13 o 14 años. “De ahí me fui a delinquir más, a drogarme más… siempre más independiente eso sí”. También indicó que esporádicamente ve a su madre en los periodos en que no está tras las rejas, asegurando además que tuvo una pareja con la que tuvo hijos, pero que no recuerda sus edades y no los ve nunca.

Sobre su estado de salud, aseguró haber tenido tuberculosis en 2006 “cuando estaba preso en Santiago”, recordando también que hace unos 7 años tuvo problemas de salud mental.

—Una vez que estuve… es que me venían a matar. Me mandaban demonios y a los que estaban cerca de mí, fue como en 2017 (…) Fue como un mes de tratamiento y al final renuncié porque ya sentía que no estaba mal y no quería seguir —recordó.

En relación al consumo de estupefacientes, reconoció que a los 11 años comenzó con neoprén, pasando rápidamente a pasta base un año después, intensificándose el abuso de esta última droga entre sus 13 y 16 años. Durante 2024 —periodo en que estuvo siempre a la sombra de prisión— admitió haber consumido marihuana, afirmando que la última vez que lo hizo fue una semana antes del ataque a su compañero de celda.

La querella

Con todo, ahora la familia de la víctima busca que se haga justicia. Por ello, el abogado Felipe Rivera Plummer —mismo que estaba tramitando el traslado de Vincent a una cárcel más cercana a su familia en el norte del país— presentó una querella criminal ante el Juzgado de Garantía de Concepción.

¿El propósito? Según explica el propio Rivera Plummer, la idea es darle celeridad a la investigación, buscar la formalización del autor confeso del crimen y que se lleve a cabo “un proceso conforme a las garantías” que quiere la familia de la víctima.

Para fundamentar la acción penal, entre otros aspectos, se argumenta la gran cantidad de sanciones que Gendarmería ha aplicado a Diego a lo largo de sus distintas estadías en recintos penales. Según constató este medio, al menos en 34 oportunidades fue sancionado, 17 de esas por faltas categorizadas como “grave”.

—Existe una duda de si realmente tuvo un brote psicótico o no. Estamos de acuerdo que fue algo terrible y existiría cierta enajenación, pero es algo que evidentemente no se constató antes y pudo, en este caso, haberse constatado antes por Gendarmería. Entonces nos queda la duda si efectivamente lo hizo en sus cinco sentidos o lo hizo en un contexto de enajenación mental, como dice el perito de Defensoría Penal Pública —plantea el jurista.

En paralelo, otro abogado en representación de la familia presentó una demanda por indemnización de perjuicios buscando que se repare el daño causado con la muerte de Vincent.

Por su parte, Diego sigue recluido en una celda del Recinto Especial Penitenciario de Alta Seguridad (REPAS) que Gendarmería tiene en la ciudad de Santiago. Allí pasa los días que le restan para cumplir su condena a la espera de saber si el Ministerio Público le presentará cargos o no.

 

Fuente: BioBioChile

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