El paramédico me dijo que era una tonta y que me había cagado la vida por quedar embarazada a los 15 años”, comenta Consuelo (21). “Yo no quiero tener un tercer hijo, por lo que viví”, cuenta Claudia (32) y “no teni’ por qué estar sufriendo si esto no duele”, le dijeron a Andrea (33). Las tres sufrieron violencia obstétrica.
La violencia obstétrica (VO) es un concepto que suele relacionarse con el parto. Sin embargo, la mujer puede ser víctima de ella en cualquier periodo de su embarazo, ya que este tipo de agresión se manifiesta de distintas formas.
Entre las modalidades más habituales se encuentran: realizar prácticas invasivas o suministrar medicación que no esté justificada por el estado de salud de la persona que está por nacer o de la gestante, o sin autorización de esta última, no respetar los tiempos ni las posibilidades del parto biológico y, en íntima vinculación con ello, proceder al tacto vaginal por más de una persona, utilizar fórceps sin estricta necesidad o consentimiento y realizar raspaje de útero sin anestesia.
Considerando esto, la VO “se define como la apropiación del cuerpo de la mujer por parte del equipo de salud”, según el matrón y director del Observatorio de Violencia Obstétrica (OVO), Gonzalo Leiva. De acuerdo a un estudio del mismo organismo (2017), el 50% de las mujeres en Chile dice haber sido víctima de ella en el parto.
Incluso la decisión de realizar una cesárea – sin motivos de peso – puede ser considerada VO. La Organización Mundial de la Salud (OMS), establece que las cesáreas no deben exceder el 15% del total de partos que se atienden en el país, cifra que contrasta con la chilena, que es de casi un 52%, según el director de OVO. La OMS plantea que “tanto las cesáreas como los partos instrumentales ponen en peligro la salud de la madre, del niño, o de ambos, y dejan secuelas físicas o psicológicas perdurables”.
La violencia obstétrica no es nueva. Las mujeres la han sufrido por años, pero muchas de ellas no la reconocen, ya que las prácticas son normalizadas, especialmente en el sistema de salud público, como detalló Gabriela Saravia (42), quien dio a luz, con 19 años, a gemelas en el Hospital Dr. Guillermo Grant Benavente de Concepción.
“Una asumía que si iba al hospital tenía que aguantar nomás, y no me quedaba de otra porque sino salía requete endeudada”, señaló a BioBioChile. La deuda era porque sabía que sus hijas nacerían prematuras, de 33 semanas, y su embarazo era de alto riesgo, pues además era hipertensa.
Gabriela dijo que muchas veces estuvo rodeada de un médico y muchos estudiantes sin su consentimiento. Esto fue en 1998, cuando no existía la Ley de Derechos y Deberes de los Pacientes, la cual se creó recién en 2012.
En su relato, señaló que no le informaban del estado de salud de sus hijas, por lo que se escapaba a Neonatología para verlas y darles pecho. Sin embargo, cuando era sorprendida por no estar presente en sus controles, indicó que la retaban ‘feo’. Así, ejemplificó que un día – en tono despectivo y con enojo – una enfermera le dijo: “Ya cholita, apúrese”, aludiendo al color moreno de piel de Gabriela.
“Pasó todo lo malo que creía que pasaría”
La pandemia afectó diversos procesos, y uno de ellos fueron justamente los embarazos. La abogada de OVO, Carla Bravo, afirmó que esto se evidenció en que “por el covid” en un inicio se suspendió el acompañamiento en el trabajo de parto y alumbramiento en “muchas maternidades”, además de la suspensión del “contacto piel con piel, o el favorecimiento de la lactancia materna, separando sin justificación alguna a las madres de sus bebés por largo tiempo”.
Recién en junio de 2020 el Ministerio de Salud emitió dos instructivos para manejar estos casos, conforme a la situación sanitaria. Las páginas 17 y 18 del instructivo “Orientaciones para el manejo de casos Sars-Cov 2 (Covid-19) en Gestantes, puérperas y/o Diadas” especifican que para el caso de atención en trabajo de parto (preparto) y para la atención durante el parto (vaginal y cesárea) la paciente tiene derecho a un acompañamiento significativo (1 persona sana), manteniendo las precauciones estándar más aislamiento de contacto, respiratorio y gotitas.
Sin embargo, a pesar de esto, la abogada aseguró que muchos establecimientos públicos los desconocieron. Según OVO el 46% de los hospitales públicos suspendieron el acompañamiento en pandemia.
Así lo vivió María Victoria Paz García (33), quien una vez en el Hospital Regional de Concepción – en diciembre de 2020 – no pudo ser acompañada por su pareja, bajo la excusa del “protocolo covid”.
Su embarazo era de riesgo, ya que padece de lupus y otras patologías bases, motivos por los cuales estaba nerviosa. Además, Victoria contó que el hospital jamás le avisó que estaría sola en la etapa de preparto, “me enteré porque tengo una amiga TENS que trabaja ahí”, precisó. En ese momento, empezó a temer por lo que podría pasar.
“Nos destruyeron todo el plan de parto que teníamos”, sostuvo y agregó que “pasó todo lo malo que creía que pasaría. Nunca dilaté, no hubo parto respetado, estuve sólo con personal del hospital. Me indujeron el parto varias veces con oxitocina y no funcionó”.
“Como seguía sin dilatar, me rompieron la bolsa con un fierro. Los latidos de mi bebé empezaron a bajar y me dijeron que necesitaba firmar una autorización para la cesárea”, lo que hizo. “En menos de 30 min me habían hecho la cesárea de emergencia, Vicente nació prácticamente muerto y la gine gritaba durante la cesárea que no podía sacarlo”, acotó.
El bebé tuvo muchas complicaciones, las que según una pediatra particular consultada por la pareja se debieron a malas decisiones tomadas durante el parto: Vicente sufrió asfixia, luego hipoglucemia y convulsiones, lo que lo tuvo 20 días hospitalizado.
“Como estaba en la UCI no me dejaban ni tocarlo, menos poder darle pecho y no tuvimos apego. Como consecuencia, no hemos podido llegar a la lactancia materna exclusiva y no sabemos si quedó con secuelas aún”, comentó su madre.
Victoria culpa a los protocolos “arcaicos” y no a los funcionarios, por ello escribió: “Hay padres que quieren ser partícipes de todo el proceso de sus hijxs y es el sistema que los deja fuera. El nacer es una de las experiencias más importantes y significativas para un ser humano y debe ser tratada como tal”.
“Tuve que entrar sola, muerta de miedo”
Andrea, a quién se le designó este nombre para conservar su anonimato, vive en Punta Arenas y calificó su embarazo como “bacán”, ya que su ginecólogo le respondió todas sus dudas y estuvo muy presente. Si bien su esposo – a quien en esta nota llamaremos Felipe – no pudo participar en cada momento de los controles, ellos lo entendieron debido a las medidas sanitarias y la clínica donde se atendían les ofrecía formas para involucrarlo en el proceso.
Sin embargo, su bebé a la semana 32 estaba en posición podálica, y el médico les dijo que si no se daba vuelta a la semana 33, tendría que nacer por cesárea, y ellos no realizaban este procedimiento por lo cual tendrían que acudir al Hospital Clínico de Magallanes y atenderse con el ginecólogo de turno.
El menor no se dio vuelta y Andrea rompió bolsa en la semana 34, por lo que junto a su esposo acudieron de urgencia al hospital en octubre de 2020.
“Desde el principio nos dijeron que Felipe no podría entrar, y yo preguntaba ¿pero y cómo? si es el parto de su hijo y en teoría tiene derecho a estar aquí y dijeron que no, que por protocolo covid no, y tuve que entrar sola”, detalló.
La mujer indicó que “iba super nerviosa, iba muerta de miedo. Con Felipe el año pasado perdimos un bebé y para mí hasta el día de hoy creo que es súper difícil, me cuesta hablar del tema y rompió mi corazoncito, entonces iba muerta de miedo porque yo dije ‘no puedo perder otro bebé’”.
Debido al temor por esta experiencia, a Andrea le subió la presión y empezó a tener crisis de pánico, fue en ese momento cuando los malos tratos se hicieron evidentes: “La ginecóloga que me tocó era un fiasco (…) me toma la presión y me dice: ‘ah con razón po’, con razón esta guagua te está saliendo si mira la presión que tení’”.
Cuando la especialista se enteró que la embarazada pertenecía a Isapre, le reclamó: “Ah pero tu no podi’ tener tu guagua acá, tení’ que ir a la clínica”, sin embargo, una enfermera le dijo “no, es que el bebé viene en posición podal, entonces es urgente”, a lo que la ginecóloga respondió “ah ya, está bien, te puedes quedar”.
Después de aquella situación, la ginecóloga le contó que la revisaría para saber cuánto de dilatación tenía y que para ello usaría un instrumento, antes de hacerlo le consultó si alguna vez se había hecho la prueba de Papanicolau, a lo que la embarazada respondió que sí.
“Me dijo ‘ya esto es lo mismo así que no te va a doler, no te preocupí’ y me mete la cosa y yo me pongo a llorar como sin respirar y todo y como que contraigo un poco la vagina y me dice ‘yapo’ pero si ¿no te habiai’ hecho esta cuestión?, es lo mismo, no teni’ por qué estar sufriendo si esto no duele’, y lo intentó más veces”, manifestó la mujer.
Cuando su hijo nació tuvo problemas para respirar, entonces Andrea lo vio un momento y luego tuvieron que llevárselo. La mujer aseguró que entiende por qué no se lo pasaron, ya que era por el bienestar del bebé, sin embargo, al salir del hospital notó que la libreta del parto mentía: decía que lo tomó por 5 minutos.
“Me dio lata porque es mentira, me lo mostraron, yo le hablé y se lo llevaron. Siento que hasta cierto punto es como ‘okey vamos a poner esto para que después no digan que no cumplimos’, entonces por último pongan cero, eso fue, no pudimos tener ese contacto inicial juntos, yo entiendo por qué, pero no mientan”, refutó.
En todo estos procesos Andrea estuvo sola. Es más, Felipe conoció a su hijo varios días después, cuando salieron del hospital.
“Yo no entendía por qué mi esposo no podía entrar vestido de astronauta, con esos trajes especiales, y estar ahí nomas, por último para que viera. Pero fue cuático, porque al final a él lo llamaron por teléfono y le dijeron ‘ya fue papá, su hijo pesó 2 kilos 530 gramos y midió 49 centímetros, felicitaciones, adiós’ y con eso se tuvo que ir pa’ la casa, entonces ni siquiera lo vio, ni siquiera una videollamada, ni una foto, nada”, cuestionó.
Lamentablemente, Andrea junto al lactante tuvieron que volver al hospital luego de dos semanas, ya que el menor empezó a tener algunos problemas, y nuevamente sufrió malos tratos: “Yo no paraba de llorar porque nos trataron pésimo. Se repitió el mismo patrón de la ginecóloga con las enfermeras”, señaló.
Su bebé tenía problemas para tomar leche y “dormía todo el día” y a ella le decían “¿y todavía no le da la leche? Yapo’ pero mamita motívelo”, comentarios que sólo la desanimaban porque había intentado de todo y nada resultaba, tampoco la ayudaban de forma práctica.
“Llegó una psicóloga y nos pusimos a hablar y claro ahí yo ya boté todo y me dice ‘oye pero tu tienes una depresión severa’ y yo le dije ‘lo sé, llevo como dos años en tratamiento’ y ella ahí avisó a las enfermeras y después fue un cambio radical, fue brígido cómo después me trataban con pinza”, aseguró.
Andrea explicó que no entiende “por qué hay que llegar a esos extremos para ser amables con el paciente”. Lamentó – entre lágrimas – que pasaran a llevar su necesidad de estar acompañada, “fue penca estar sola todo el tiempo”.
Violencia como patrón histórico
Pero como se dijo previamente, la violencia obstétrica no es algo nuevo. De hecho, no es raro haber escuchado a nuestras abuelas o madres hablar sobre el trato que recibían en hospitales públicos al momento del parto. Por años, el proceso de maternidad se ha silenciado, reiterando las prácticas de abuso.
Corría 1998. Era principios de septiembre y María -nombre designado para resguardar su identidad- asistió al Hospital Herminda Martín de Chillán para ver nacer a su hija. En ese entonces, no tenía ningún tipo de previsión, por lo que para el sistema era ‘indigente’.
“Llegué al hospital y me dejaron hospitalizada porque tenía 40 semanas y mi bebé ya iba a nacer. Me hicieron los procedimientos de ingreso, siempre con mucha brusquedad; comenzaron los ejercicios, pero yo no dilataba y me querían enviar de vuelta a casa, ya que tampoco habían contracciones”, relató María.
Por ese entonces María tenía 25 años, era madre soltera, situación que no pasó desapercibida para el personal de salud de la época. “Después de mucho esperar, llegó otra matrona que dijo que no me podía ir y comenzaron a inducir el parto. Fueron muchas horas, cansancio, y lo peor, el trato”, sentenció.
Fue parto natural, sin ningún tipo de anestesia. “Tuve a mi hija, pero fue una guagua grande, por lo que tuve mucha hemorragia después, luego de que me tuvieran que abrir, fue horrible el dolor. Lo peor vino cuando me llevaron a una sala de maternidad con ocho mujeres más, jóvenes todas, entre 19 y 30 años, que habían sido madres en condiciones espantosas, la mayoría había sido abusada”, detalló.
“A media noche prendían la luz y así la dejaban, por ende no podíamos dormir. La comida era asquerosa, nada que nutriera a una mamá que debía alimentar a su hijo. Eso fue lo otro, ya que por mi nivel de estrés no tuve leche y no tenía con qué alimentar a mi guagua. Así que le pedí a una matrona que si podía traer leche que ellas tuvieran y ella me respondió ‘okay, en la tarde’”, dijo.
Pero María no sólo vivió los malos tratos, sino también los vio. Ella cuenta que una de las mujeres con la cual compartía habitación, tenía 19 años y padecía de polio, por lo que su cuerpo estaba un poco “deforme”.
Esta joven estaba embarazada y su estado era avanzado. Había sido violada por un tío y lamentablemente, el bebé yacía muerto en el vientre de la joven. “Nadie la iba a ver, ella sufría, su guagua estaba muerta, le pudo haber dado una septicemia, pero nadie se preocupaba. Cuando yo volví de curaciones, ella ya no estaba, no supe qué pasó”, explicó María.
De esta historia han pasado 22 años y los relatos continúan. La violencia física y psicológica en contra de las mujeres durante su embarazo y posteriormente en el parto, se ha vuelto un maltrato frecuente e invisible.
Según un informe de la ONU (2019), las limitaciones de los recursos y condiciones de trabajo en los sistemas de salud, pueden desempeñar un papel importante como factor de maltrato y violencia contra la mujer durante la atención del parto. Por ejemplo, algunos centros hospitalarios públicos carecen de personal médico que pueda prestar las atenciones que cada mujer necesita.
Lo anterior fue respaldado por el matrón Leiva, quien expuso que la violencia obstétrica abarca dimensiones estructurales, por ejemplo, “en países como Chile se hacen evidentes en el sistema público, en hospitales donde hay una matrona por cada cuatro mujeres en trabajo de partos, cuando el estándar es una por cada dos”, cosa que no ocurriría en establecimientos privados de salud.
Michelle Sadler, antropóloga de la Universidad de Chile, directora de OVO y pionera en el estudio de la violencia obstétrica, expone que se trata de una situación extendida en el país. Sostiene que aquella es el resultado institucional del paradigma tecnocrático de atención que domina en hospitales públicos y en clínicas privadas. Este paradigma, precisó, expresa los valores centrales de las sociedades occidentales: “Una fuerte orientación hacia la ciencia, alta tecnología, beneficio económico, e instituciones gobernadas por un poder patriarcal”.
Además, analizó que dichos comportamientos no son únicamente resultado de conductas individuales del personal de salud, sino de todo el proceso de enseñanza universitaria y de práctica profesional.
Diferentes realidades
“Para mi fue super fuerte, ahora que me doy cuenta de lo que viví”, comentó Claudia de 32 años (su nombre también ha sido modificado), quien tuvo a su primer hijo en una clínica de Concepción y a su hija en el Hospital Regional de la misma comuna.
En octubre de 2017, la mujer acudió con 39,5 semanas de gestación al hospital, su intención era tener a su hija por parto, ya que hace cuatro años había tenido una cesárea.
Claudia contó que al llegar al recinto, funcionarios le dijeron que su bebé “venía más chiquita”, por lo que tendrían que dejarla en observación. Frente a esto, Claudia se angustió, y se desconcertó aún más después de que naciera la menor: “Jamás estuvo chiquitita, ni con problemas. A las 40 semanas me podrían haber hecho una cesárea y no esperar hasta las 41 semanas”, afirmó.
Lo anterior, resulta de peso hoy, ya que luego de que le realizaran una resonancia magnética a la menor, descubrieron que no le llegaba oxígeno a una parte de su cerebro, lo que – según una neuróloga consultada por la familia – “se produce cuando se espera mucho para poder sacar al bebé de la güatita”.
Claudia dice que pasaron a llevar su voluntad en distintas ocasiones. La primera fue cuando ella solicitó que el experto fuese quien le inyectara la epidural y no el estudiante, a lo que le respondieron que sí, que no había ningún problema, pero “cuando me posiciono para que me pongan la epidural, adivina quién me estaba poniendo la epidural…. Y ¿qué iba a hacer? (…) no podía alegar porque me iban a abrir para la cesárea. Cuando me ponen el bisturí para abrir, yo grito del dolor”, relató, ya que el personal no se cercioró si había funcionado el anestésico.
“Yo pedí algo y no lo tomaron en cuenta, era mi cuerpo, y yo decido quien quiero que lo toque”, lamentó.
“Mandé un grito desgarrador tremendo y ahí dicen ‘hay que ponerle morfina a la vena’. Me pusieron morfina y sentí que el brazo me iba a quemar”, añadió. Con la inyección, la mujer se sintió “drogada” por lo que habló “un montón” durante el procedimiento, lo que no se recomienda, ya que el paciente se hincha. Para aliviar esto, aseguró que le administraron un medicamento al cual ella es alérgica , algo que estaba declarado en su ficha médica.
Claudia mencionó que cuando el equipo médico se dio cuenta “se demoraron un mundo” en reaccionar, lo que contrasta con su experiencia previa en la clínica, cuando en su primer parto supo que era alérgica.
La madre agregó que su postoperatorio fue muy doloroso, justamente por la hinchazón. Le salieron ronchas rojas en su estómago y se sintió muy sola porque pedía ayuda pero no la auxiliaron. “A mi esposo no lo dejaron entrar como en la clínica”, explicó y pudo sólo ver a su hija cuando la “sacaron”, a diferencia de con su primer hijo, donde el hombre incluso pudo grabar. “Nunca nos explicaron por qué no podía entrar”, sostuvo.
Además, indicó que la matrona le decía que estaba tan ocupada con ella como con las otras, y es que según el testimonio de Claudia, había una matrona para 20 mujeres (en 2017), cifra que contrasta con lo estándar, según el director de OVO (1 por cada 2 embarazadas).
“Y para qué contarte la doctora que te iba a ver como una vez. Fue horrible, yo le dije, es que me duele y me dijo ‘a ver quién es la profesional’ y va y me saca el parche (de la cicatrización) y yo grité para dentro. Empieza a golpearme y dice ‘está bien, no sale pus’, y yo le digo ‘pero ¿por qué me golpea?’, dos veces, y va y le dice a la matrona ‘uy esta te alega todo el día’”, contó.
A Claudia le gustaría que “el dinero no sea lo que pague el buen trato”. Afirmó que por culpa de lo que vivió no quiere tener un tercer hijo – cosa que siempre quiso hasta que ocurrieron estos episodios de violencia obstétrica – , “mi esposo quiere uno (…) pero una queda con miedo”, finalizó.
“Dijeron que me había cagado la vida”
Oriunda del sector de Villa Mercedes en Quilleco, Consuelo Cáceres (21), aseveró que “sufrí violencia obstétrica a los 15 años”.
“La primera de ellas fue cuando tenía 2 meses de embarazo, me había enterado recién, me llevaron a Urgencia, estaba sangrando y me atendió un paramédico en el Hospital de Los Ángeles para tomar los signos vitales. Cuando ingresé al box, me preguntó cuántos años tenía, cuántos meses de embarazo tenía y me empezó a insultar diciendo que era una tonta, que cómo podía haber dejado que me pasara eso, que si yo lo hubiera conocido antes a él, no me estaría pasando lo que me estaba pasando”, narró.
En la misma ocasión, el profesional le dijo que se “había cagado la vida con lo que había hecho y que no iba a poder hacer nada, ni salir adelante por estar embarazada a los 15 años”.
Después de un tiempo, Consuelo acudió a control en el Cesfam de Canteras, pueblo cercano a Villa Mercedes, en donde le tocó ir sola.
La joven afirmó que la matrona le dijo “las cosas de mala manera” y que no la atendería más si iba sola porque era “muy chica”, al finalizar la consulta, la especialista le dijo a Consuelo que debía retirar los exámenes, sin embargo, no le dijo dónde, por lo que ella preguntó, luego de hacerlo aseguró que, “me empezó a insultar, me dijo que era una tonta y que por eso me pasaba lo que me pasaba, que cómo no iba a saber dónde se retiraban, que era una pajarona y que por eso estaba sola”.
Finalmente, cuando ya era momento de que su bebé naciera, fue al Hospital de Los Ángeles, llegando al recinto a las 05:00 horas. En la sala de preparto Consuelo tenía muchas contracciones, y una matrona le hizo tacto para saber cuántos centímetros de dilatación tenía, pero aseguró que fue tan brusca que le dolió mucho. Esto ocurrió a las 07:50 horas.
“Le pedí que sacara su mano, y se enojó, me dijo que por tonta no me iba a llevar a pabellón porque no sabía pujar, así que me iba a dejar botada y que yo viera lo que hacía, que no iba a tener la guagua porque no sabía pujar”, acusó.
Consuelo agregó que “a las 08:00 de la mañana hicieron cambio de turno y ella se fue y yo me quedé ahí en preparto, estuve a punto de tener a mi hijo en la sala por ella, porque no me quiso llevar a pabellón”.
Respecto a si esto afectó o no su relación con su hijo, cree que produjo lo contrario. “Jamás tuve desapego hacia él, es más, creo que el apego fue más aún, sabiendo que si me hacían daño a mí, se lo podrían hacer a él”, señaló.
Consecuencias y recursos legales
La violencia obstétrica también tiene repercusiones psicológicas y emocionales en mujeres que la han padecido. Esta se produce por acción, por ejemplo, cuando la mujer es objeto de críticas por manifestar emociones como alegría o dolor, cuando es víctima de burlas sobre su estado, su cuerpo o su hijo, y, sobre todo, cuando se le impide plantear temores e inquietudes durante el proceso de embarazo y parto.
En 2019, la Organización de Naciones Unidas (ONU), realizó un informe en el cual reconoce la existencia y gravedad por parte del máximo organismo internacional, en el cual analiza sus causas y consecuencias.
Hace 50 años una mujer que sufriera violencia obstétrica no era escuchada y debía soportar las atrocidades que sucedían. Ni hablar de ayuda o acompañamiento psicológico y emocional para que pudieran sobrellevar lo ocurrido.
La OMS señala que el estrés postraumático por el parto es la principal secuela de la violencia obstétrica y parece que afecta a un 5% de madres, pero hasta una de cada tres pueden presentar síntomas parciales.
Además, enfatiza en que es parte de una forma continuada de las violaciones que se producen en el contexto más amplio de la desigualdad estructural, la discriminación y el patriarcado, y también son consecuencia de una falta de educación y formación y de la falta de respeto a la igual condición de la mujer y a sus derechos humanos.
“Las mujeres y las niñas sufren ese tipo de violencia cuando solicitan otras formas de atención de la salud sexual y reproductiva como exámenes ginecológicos, el aborto, tratamientos de fecundidad y anticonceptivos y en otros contextos de salud sexual y reproductiva”, explica el informe de la OMS.
Las secuelas psicológicas de sufrir violencia obstétrica durante el parto van desde la depresión postparto a cuadros de ansiedad, fóbico o evitativos, y al trastorno de estrés post-traumático.
Esta situación de malestar psicológico afecta la relación de la madre consigo misma, con el bebé, con la pareja, la familia y los profesionales de la salud. No es inusual que a la madre le cueste vincularse con su bebé, al menos al principio, o que tenga dificultades con el establecimiento de la lactancia ya que con un cuerpo adolorido y una experiencia psicológica dolorosa e intensa por procesar, la cercanía y las demandas del bebé pueden resultar insostenibles y aterradoras, así como también, la posibilidad de tener que colocarse, nuevamente, en manos de sanitarios para que la ayuden.
Las mujeres que han sufrido violencia durante su parto suelen tener flashbacks, recuerdos invasivos y desagradables de momentos específicos que pueden dispararse ante cualquier estímulo relacionado: una mujer embarazada, la ruta por donde se va al hospital en el que la atendieron, un olor particular, un sonido, una aproximación sexual genital, etc.
La relación de pareja también se ve tocada, a veces para hundimiento, por esta situación. Más allá de lo que podamos entrever como obvio, a menudo es la pareja quien acaba siendo el blanco de toda la frustración o la rabia por la situación vivida; algunas veces porque él o ella también estaban allí y no supieron o pudieron reaccionar, no impidieron que aquello pasara.
En el informe de la OMS, se detalla también que las mujeres, después de vivir un parto traumático tardan mucho en volver a ser como la de antes, varias se reconocen extrañas incluso a ellas mismas, de carácter irascible e insoportable, se han vuelto rígidas, hurañas, poco sociables, con actitudes muy contundentes con respecto a su bebé y poca posibilidad de negociación. Otras reconocen con pesar que hace mucho que no ríen a carcajadas, que han perdido una cierta inocencia, frescura o espontaneidad.
La ONU en 2014 denunció mediante un documento el trato irrespetuoso y ofensivo que recibían mujeres durante el parto e insistió en la importancia de establecer ciertas medidas de ‘control de calidad’ en los centros de salud, así como también implicar e informarlas sobre los procedimientos a realizar.
Esto último pareciera ser algo lógico. Sin embargo, nuestra cultura, pensamiento y accionar, ha normalizado los malos tratos, sumando la inexistencia de canales de denuncias.
“A nivel internacional la VO se encuentra protegida y resguardada por diversos tratados internacionales suscritos y ratificados por Chile, y que se encuentran, por tanto, integrados a nuestra legislación nacional”, explicó la abogada Carla Bravo. Sin embargo, no existe una ley específica, de hecho un proyecto de ley duerme desde el 2017 en el Congreso.
Por su parte, la Ley de Derechos y Deberes del Paciente “consagra el derecho a un trato digno, a tener compañía, a información comprensible y autonomía en la atención de salud (es decir poder tomar decisiones sobre el propio cuerpo) y a la entrega de información clínica (que es crucial para poder luego determinar, por ejemplo, si hubo alguna negligencia médica en la atención del parto)”, aclaró la profesional.
Una marca para toda la vida
Nuestra cultura, pensamiento y accionar, ha normalizado los malos tratos, sumando la inexistencia de canales de denuncias.
Otro punto a considerar en la violencia obstétrica, es cómo se percibe la maternidad. Colectivamente se tiene la idea de que es un proceso que debe ser tranquilo y lleno de ilusiones, algo que se rompe cuando las futuras madres reciben tratos que muchas veces son inhumanos.
Por esta razón, es importante que estas mujeres tengan un espacio contenedor para hablar de esta experiencia, o se suman a grupos activistas pro partos respetados, para que les sea posible transformar parte de este pesar y renacer así de alguna manera; pero el camino para llegar hasta allí muchas veces ha sido largo, difícil y solitario.
Fuente: BioBioChile