Tras haber tardado en reaccionar,el gobierno chino lanzó un gran campaña de propaganda contra el nuevo coronavirus, con mensajes y eslóganes como “reunirse es correr hacia el suicidio” en las calles para movilizar a los miles de millones de chinos aterrorizados por el nuevo coronavirus.
Desde hace más de dos semanas, el gigante asiático de 1.400 millones de habitantes está paralizado por el nuevo coronavirus que infectó a más de mil personas y contaminó a 42.000.
El brote apareció en diciembre en la ciudad de Wuhan, la capital de la provincia de Hubei, en el centro del país.
A pesar de que es el porcentaje de contaminación es pequeño (0,0026%) en relación a la población total de China, muchos están preocupados, como Zhao Yiling, una ama de casa de 57 años que no ha salido de su apartamento en Pekín desde el 23 de enero.
“Estoy aterrorizada”, dice la mujer, que asegura seguir las instrucciones del comité de su barrio y del Partido Comunista Chino.
“El comité dijo que hay que ser paciente y no salir, por eso no salgo, obedezco”, explica.
En la radio y la televisión, se repiten los mismos mensajes: “No salgan, no abran las ventana, lávense bien las manos, usen máscara”, repiten los medios oficiales, que declararon una “guerra popular” contra la epidemia.
“Alcemos la bandera de Partido frente a la epidemia”, reza otro eslógan en Zhejiang, una provincia del este del país muy afectada por el virus.
En Hubei, los mensajes son amenazadores contra los posibles contagiados. “Los que no declaran su fiebre son enemigos”, dice una banderola en un edificio en Yunmeng, un distrito de Hubei.
En este mismo distrito, puesto en cuarentena, otro mensaje busca infundir miedo: “Visitarse es matarse unos a otros. Reunirse es correr hacia el suicidio”.
Sospechosos
Los habitantes de Hubei se han convertido en sospechosos.
En Pekín la señora Zhao explica que en su barrio detectaron un automóvil con matrícula de Hubei. “Todo el mundo está buscando al propietario”, explica. “Hay pánico, ni nos atrevemos a salir a comer”.
Muchos no quieren tomar riesgos, sobre todo las personas mayores, más vulnerables en caso de infección. Las calles y parques donde se reúnen para hablar, bailar y hacer gimnasia o jugar a cartas están ahora vacíos.
En una gran residencia del noroeste de Pekín, la señora Zhu, de 84 años, se niega a que le traigan comida a su casa y pide que se la dejen en la puerta.
“No podemos visitar a los vecinos”, dice esta exresponsable del partido, que asegura tener provisiones suficientes. “Podemos aguantar un mes”, dice.
El régimen comunista está además bajo presión desde la muerte el viernes de un médico en Wuhan, la ciudad epicentro de la epidemia.
El doctor Li Wenliang, que murió por el coronavirus, había sido convocado por la policía en diciembre por ser unos de los primeros en advertir de la propagación, y fue acusado de “propagar rumores”.
Los dirigente chinos “se sienten un poco culpables de haber reaccionado tan lentamente al principio y ahora reaccionan exageradamente”, apunta el sinólogo Jean-Pierre Cabestan, de la universidad bautista de Hong Kong.
Según él, la “gran campaña de movilización” en curso quiere demostrar que “el presidente Xi Jinping y el Partido están movilizados” para que la gente aplique las normas de prudencia y para “controlar la información”.
A pesar de la psicosis, algunos se resisten a cumplir las normas.
“El comité del barrio vino a decirme que tenía que cerrar pero me negué”, dice un hombre que lleva junto a su mujer un restaurante en Pekín, el último abierto en su calle, y que no quiere dar su nombre por miedo a represalias.
“Prestamos atención con la cocina, todo es muy limpio. Cerrar no cambaría nada”, afirma sin llevar máscara, en su restaurante vacío.
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