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Las maravillosas abejas

El ser humano es un ser social: necesita relacionarse con otros. Pero no es un ser vitalmente social: si no se relaciona con otros igualmente puede sobrevivir. Numerosas historias de anacoretas han llegado hasta nosotros. Lo mismo ocurre con la mayoría de los animales. Un perro, un gato, un hámster, etc.: todos pueden sobrevivir solos.

Las abejas son diferentes. Deben vivir todas juntas, sino mueren. Son especies que viven en colonias y por eso mismo, en cierta medida, puede decirse que la “abeja” no es la unidad sola, sino que la colonia o la colmena.

Hay tres tipos de abejas. La abeja reina, el zángano y las obreras. Todas necesitan de todas para sobrevivir.

La reina es una verdadera esclava: pasa toda su vida desovando, día y noche, invierno y verano… Es alimentada con jalea real. Tiene aparato reproductor: esto la distingue de las obreras. Estas son estériles. La abeja reina jamás sale de la colmena, ni ve la luz del día; salvo durante el vuelo nupcial. Y para colmo, cuando de entre sus hijas nace una nueva reina, esta expulsa a su madre de la colmena que tiene que emprender vuelo en busca de formar una nueva colonia.

Todas las abejas obreras tienen madre y padre: nacen de huevos fecundados que pone la abeja reina. La fecundación la efectúa el zángano durante el vuelo nupcial. Alguien pudiera decir que la vida del zángano es bastante placentera: no trabaja un solo día de su vida y es alimentado por las obreras. De ahí es que por antonomasia su nombre se aplica a las personas haraganas y que nada, o muy poco, hacen. Sin embargo, su vida es bastante triste: luego del vuelo nupcial y durante la cópula, pierde el aparato reproductor con el que ha fecundado a la abeja reina. Cae a tierra y muere.

Pero retomemos el tema de las obreras. No todas cumplen las mismas funciones. Unas son exploradoras: se dedican únicamente a buscar plantas con flores que tengan polen de calidad, pero no lo recolectan. Esta función la cumplen las, valga la redundancia, las “recolectoras”. Otras son las constructoras: edificann día y noche celdas donde anidarán los huevos que pone la reina. Las nodrizas: alimentan los huevos. Las ventiladoras: efectúan turnos y en forma permanente están batiendo sus alas para airear la colmena con el objeto de que la temperatura de esta se mantenga estable.

Las abejas son unos seres maravillosos y misteriosos. Ya dijimos que las obreras nacen siempre de huevos fecundados. Los zánganos en cambio, nacen siempre de huevos no fecundados. Este proceso se llama partenogénesis. Del griego “partenos”: virgen y “génesis”: nacimiento. Es decir: nacimiento virginal. Los zánganos tienen –por tanto- solamente madre, pero no tienen padre. Y a su vez, tienen solamente “hijas mujeres”, pero no tienen “hijos varones”.

De este modo, en las abejas se cumple con la serie Fibonacci. Piense un poco: las obreras y la reina nacen siempre de huevos fecundados, pero los zánganos de huevos no fecundados. Entonces tenemos que una abeja obrera tiene dos progenitores: un padre y una madre. Pero no tiene cuatro abuelos, sino tres. Su madre, la abeja reina, tiene padre y madre. Pero su padre, el zángano (que proviene de un huevo no fecundado) tiene madre pero no padre.

Un ser humano tiene dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos… y así. Por cada generación se va duplicando el número anterior, en progresión geométrica. Una abeja tiene dos padres, tres abuelos, cinco bisabuelos. Esta es la sucesión Fibonacci: 1, 2, 3, 5, 8,13, 21… Cada número se obtiene mediante la suma de los dos que le anteceden. Además, si dividimos cada número por el que le antecede en esta serie, obtenemos el número áureo o número Phi, que tanto encandiló a los antiguos. Este es un número irracional: no puede ser representado por fracciones.

Hay otros que dicen que la proporción entre zánganos y abejas hembras es el número Pi, es decir aquel número irracional que representa la cuadratura de la circunferencia

Dicen que Einstein habría dicho que si se extinguen las abejas, desaparece la especie humana. Otros niegan que lo haya dicho. Lo que sí es cierto, es que con los años, las abejas cada vez han ido disminuyendo asombrosamente en número, poniendo en jaque la polinización de numerosas especies vegetales.

La próxima vez que contemple una abeja saboreando el polen de alguna flor, piense en las maravillas que esconde este diminuto, pero misterioso insecto.

Victor Manuel Santana Escobar

Juez de Garantía de Copiapó

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