La agenda actual nos interpela como sociedad a re-mirar los temas de infancia desde una nueva óptica, a partir de la Convención de los derechos del niño de las Naciones Unidas (1989) se comienza a reconocer que la infancia debe ser tratada con los mismos derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales que la adultez, enfatizando por sobre todo la condición de seres humanos de los niños y niñas, haciendo un llamado a nivel mundial para adoptar medidas que promuevan su cuidado y protección.
Si observamos por ejemplo, estudios en salud, se plantea la ética del cuidado como una realidad posible en la posmodernidad, ocupándose de las responsabilidades, derechos y principios de una relación humana, que tiene como fin último el cuidado; ética que desde la vereda del acompañamiento a mujeres practican enfoques como el ecofeminismo latinoamericano.
Esto adquiere relevancia tratándose de nuestra realidad nacional, constándose en el actual Plan Nacional de Salud Mental (2017), que la población más joven, las mujeres, aquellas personas de menor nivel educacional y las provenientes de pueblos originarios son afectadas en mayor medida, encontrándose que un 27,8% de niños entre 4 a 11 años presenta problemáticas de ésta índole en Chile; cifras que develan su inicio temprano en la vida de las personas.
De esta forma, tanto los tratados internacionales como estas nuevas conciencias y posibilidades de relacionarnos humanamente, nos lleva a reflexionar el fenómeno de la infancia trascendiendo los acontecimientos circunstanciales que nos evidencia la actualidad nacional e internacional, y que hoy, somos capaces de visibilizar en las múltiples aberraciones y crímenes hacia la infancia, una infancia sin derecho a infancia, más allá de acciones reactivas demandadas por la contingencia, que si bien permiten brindar soluciones circunstanciales, no proyectan los alcances y consecuencias de este fenómeno social en su real magnitud.
Reflexionamos entonces, acerca de cómo y quienes se hacen cargo de este fenómeno, algunas perspectivas plantean el papel fundamental de la familia y los vínculos que ahí se generan, otros a la importancia de la educación, a las políticas públicas o bien a todas aquellas instituciones, organizaciones y actores que interactúan con la infancia, desde esto, surgen nuevas reflexiones en torno a quiénes y cómo se resguarda el cuidado de éstos agentes, es decir, cuál es el macro-sentido que otorga el cuidado y resguardo necesario a éste derecho humano.
Si gran parte de la cosmovisión existente en las raíces del cono sur, anida y anhela la filosofía del “Buen Vivir” como modo de vida para todas y todos, no sería menos preguntarnos, qué ha pasado como sociedad que nuestros infantes que son el corazón de la humanidad, están siendo invisibilizados, desvalidados, marginados y violentados.
Dignidad humana, re-valorización, inclusión, equidad e igualdad para nuestras niñas y niños, son las semillas que debemos cultivar para el reflorecimiento del Buen Vivir.
Buen convivir para nuestras y nuestros infantes, derecho a vivir en armonía, equilibrio y plenitud con la naturaleza, las personas, la comunidad y la sociedad, permitiendo reencontrarnos con el genuino sentido de la infancia, con el sentido del bien común, desafiando la instrumentalización y el consumo de la humanidad como producto, a ser explotado y esclavizado, que desde nuestra adultez hemos traspasado a la infancia.
Co-responsabilizarnos como sociedad, visibilizar y problematizar estos estados de aberraciones y crímenes hacia la infancia, posibilitar los espacios de “ser” niñas y niños, disfrutarse en la naturaleza, experimentarse en el juego, probarse en sus múltiples talentos, en sus espontaneidades y en su capacidad de estar presentes en conciencia plena, libre de colonizaciones sociales y psíquicas, viviendo en una “comunidad como unidad”, es un deber, que como sociedad en su multidimensionalidad, debemos entregar y entregarnos, y por el cual, tenemos que abogar, cuidar y proteger.
Marcia Salinas Contreras
Académica
Universidad Central sede La Serena